Una carta oportuna

Una carta oportuna.
Hay muchos momentos en la vida que se quedan grabados especialmente en tu memoria; momentos que guardas como un tesoro porque el tiempo se detiene. Dejas de ser tú por un momento para recrearte en las historias de otras personas, a las cuales amas sin saberlo, que las admiras sin darte cuenta. Que el reflejo de ilusión en sus miradas hacen que traspase más allá de los poros de tu propia piel. Es más traspasa tus células una a una formando ya parte de tu ser, de tu historia, de tu manera de ver la vida.
Especialmente por la noche vienen a tu memoria historias vividas que por hermosas hacen que el sueño se acerque a ti de una manera más temprana y dulce. 
Ayer antes de dormir venía a mi cabeza una historia que por simple y cercana tiene una belleza increíble para mí. 
Hace algunos años que veraneo en un pueblo de la Terra Alta de Tarragona, Horta de Sant Joan, del cual ya me considero hija adoptiva, pues conozco bien sus calles, sus gentes y me encanta su forma de hablar y sus gestos. 
Me acordaba de un momento especial, en el cual nuestra vecina Carmen, una señora entrañable de ochenta y tres años nos dijo que tenía algo que enseñarnos. El brillo de sus ojos era especial. De repente, el rostro de aquella mujer arrugada por los avatares de la vida, se convirtió en un momento en una jovencita de quince años. Nos bajó ilusionada una carta. La sacó suavemente , con mucho cariño del sobre y se vislumbró una hoja con una caligrafía imprecisa, trazo grande, pero con bucles elegantes. Y con los ojos cristalinos nos explicaba una historia. Me emocionó antes de que explicara la historia. Sabía que algo bonito iba implícito en esa carta, sólo por la manera de mirarla y acariciarla...
"Hace mucho años en este país hubo una guerra y en este pueblo lo pasamos muy mal, al igual que en todos los de la Terra de l'Ebre. Por aquí pasaban muchos soldados hambrientos, heridos, con falta de afecto, apartados de su familia, de sus amigos, de sus amores. En la plaza de la iglesia me encontré con un chiquillo que no tendría más de veinte años. Estaba herido. Tenía mucha fiebre. Sus ojos me miraron fijamente, y yo no pude hacer otra cosa que cogerle de la mano y llevarlo a mi casa. Mis padres me dijeron de todo, que era un peligro, que qué dirían los vecinos, que si me había vuelto loca... No, simplemente acogí a un alma perdida. A un niño que no entiende de peleas entre hermanos, que no sabe por qué le pasa eso... Lo cuidé dulcemente durante muchos días. Nos hicimos muy amigos. Hablábamos de nuestras cosas. Nos reíamos... Pero llegó el día de su marcha. Y él me dijo: "Algún día volveré por tí". 
Transcurrieron los años y cada uno hizo su camino. Carmen se casó con un hombre y tuvo dos hijos. Él se fue a León , su tierra, y también formó su família. 
Carmen siempre vivió en la misma casa. Trabajó mucho para cuidar a todos los suyos. Siempre pendiente de todo el mundo. De hacernos ricos pasteles, de regarnos las macetas cuando no estábamos. Enviudó , pero siempre tenía una sonrisa en su boca. El domingo aunque nevara nunca faltaba a misa. 
Un día el cartero le trajo esa carta que nos enseñaba. Era de aquel muchacho, ahora ya anciano que le prometió que un día volvería a por ella. Con letra temblorosa , con frases muy educadas y respetuosas le decía que nunca olvidó sus cuidados, sus ojos, su cabello, su sonrisa. Y que quería volver a verla... Todos casi que llorábamos de la emoción. Su alegría era nuestra alegría. Y la imaginación nos volaba hacia ese momento en que se encontrarían. 
El verano pasó. Y cuando el coche se iba despacio, y le decía adiós a Carmen, hubo algo que me hizo pensar que se lo decía para siempre. 
Y así fue. Ella que amaba tanto la vida, tuvo la valentía de decirle a un médico que la dejara irse. Es más que le abriera la puerta hacia el otro lado. Lo cual le costó un buen disgusto al médico y a sus familiares y habladurías ignorantes en el pueblo. 
Pero estoy segura que dentro de su fuero interno, se llevó consigo una ilusión. Que no pudo hacer realidad por segunda vez, pero que le iluminó la sonrisa los últimos momentos de su vida. 
Que la ilusión de vivir, perdure siempre hasta el último día de nuestra vida...

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